La Psicología Evolutiva nos da algunas respuestas.
Hace unos años, tuvimos un hámster en
casa. Arreglamos y decoramos un viejo acuario con los juguetes típicos
para un hámster y lo convertimos en su particular palacio. Lo que más le
gustaba –supongo, porque en ella se pasaba las horas muertas–era la rueda giratoria,
que es la versión para roedores de nuestras cintas de correr. No había
noche en la que no se pasase un mínimo de cuatro horas corriendo y, a
veces, podía estar incluso hasta seis horas. A menudo me preguntaba por
qué lo hacía. ¿Quería perder peso? Era poco probable.
¿Creería que iba a llegar a alguna parte? También tenía mis dudas al
respecto. Y no paraba de observarle: el hámster corría intervalos
cortos, de unos 15 segundos, sacaba la cabeza de la rueda, miraba a su
alrededor y volvía a su ejercicio. Es cierto que nunca llegó a ninguna
parte, pero eso jamás pareció importarle. Sencillamente seguía
corriendo.
Tampoco parecía quejarse. Si alguna vez se aburrió en sus interminables giros a la rueda,
jamás dio muestras de ello. ¿Por qué los seres humanos no podemos
parecernos más a los ratones y disfrutar mientras corremos en un aparato
estático? ¿Por qué nos aburre tanto correr en cinta? La ciencia nos da
algunas claves; en concreto, el campo de la Psicología Evolutiva. Esta
rama estudia la historia natural de nuestra especie y trata de explicar
el modo en el que las adaptaciones realizadas por nuestros ancestros nos
podrían afectar hoy en día. Para bien o para mal, muchos de sus rasgos
físicos y mentales aún están presentes en el homo sapiens del mundo
moderno. Algunos de ellos son de gran utilidad, pero
otros pueden convertirse en un obstáculo. Y es que nuestros cerebros de
cavernícola no están muy adaptados para correr en cinta.
Imagina por un momento a nuestros antepasados, hace 250.000 años, viviendo en el Pleistoceno.
Recuerda que no sólo iban por ahí buscando bayas para alimentarse. El
mundo entonces era una lucha por la supervivencia y había al menos dos
buenas razones por las que correr. La primera, tener algo que cenar. La
segunda, no ser la cena de ningún depredador. Hoy en día, nuestra
especie sigue corriendo pero las razones para hacerlo han cambiado. En
la actualidad, nuestra cena está esperando precocinada (o no) en la
nevera o en la mesa de un restaurante. Además, salvo que vivas cerca de
una tribu de caníbales, no hay nadie intentando convertirte en su plato
principal. Aunque a veces corramos para coger el autobús, en la mayoría de las ocasiones lo hacemos para hacer deporte o para mantenernos en forma.
Perseguir a una presa en la sabana
africana es muy diferente a correr para bajar de peso, entrenar para una
carrera o completar una sesión agotadora para mantenerte en forma. Hay
dos grandes diferencias entre cómo corrían nuestros ancestros y cómo lo
hacemos nosotros. En primer lugar, ellos corrían por un terreno variado,
en el que el paisaje iba cambiando a medida que recorrían kilómetros a
toda máquina. Los árboles, el suelo y el cielo se veían distintos a
medida que se movían y esas modificaciones se relacionaban con la
velocidad a la que corrían. Esta variación de los estímulos es una
consecuencia natural del acto de correr. Sin embargo, cuando corremos en
cinta, estos cambios no se producen y nuestro cerebro nos dice que algo
no va bien (cuando, a pesar del esfuerzo, no llegamos a ninguna parte).
Cientos de miles de años de expectativas físicas y mentales
quedan frustradas. Por lo general, interpretamos esta discordancia como
aburrimiento, pero también se puede entender como la ausencia de todo
aquello que nuestros sentidos asocian con el movimiento. Así que
escuchamos música o vemos la televisión mientras corremos en cinta, con
lo que intentamos compensar la falta de estímulos del paisaje del
gimnasio.
La segunda diferencia entre la carrera
en cinta moderna y el modo de correr en el Pleistoceno tiene que ver con
los objetivos. En la prehistoria, los objetivos estaban claros y se
podían lograr de inmediato. Cazar un animal significaba que había comida
para varios días. Nada mejor que volver al campamento de la tribu con una recompensa en forma de carne
para asarla en el fuego y disfrutar de ella tras una dura cacería a la
carrera. Todos nosotros procedemos de los mejores cazadores de aquella
época: los que sabían correr, cazar y lograr alimento para su
descendencia. Los que no lo lograban, no sobrevivían. De hecho, los
objetivos en el Pleistoceno eran fáciles de medir: había que lograr algo
para la cena y estar de vuelta en casa antes del anochecer para evitar a
los predadores. En un gimnasio, los objetivos que perseguimos son más abstractos y no tienen recompensa inmediata. ¿Perder peso? ¿Estar en forma? ¿Entrenar para un maratón? En el día a día, estos resultados son casi imperceptibles.
Disfrutamos del subidón de endorfinas o
de saber que estamos haciendo algo saludable, pero no se trata de
objetivos que se puedan medir fácilmente... y podemos tardar meses en
recoger los resultados. Visto así, ¿quién puede culpar a un corredor por
aburrirse en la cinta? ¿Te imaginas a un hombre prehistórico entrenándose en un gimnasio para ir a cazar un mamut
y teniendo que esperar cuatro meses para cenar? Por si esto fuera poco,
vivimos en una sociedad en la que priman las gratificaciones
inmediatas. Si la satisfacción no es instantánea, nos asalta el
aburrimiento. La buena noticia es que no tiene por qué ser así. Correr
en cinta puede no ser sinónimo de aburrirse, a pesar de que no corramos
por nuestra supervivencia. La clave está en prestar atención a nuestro
interior, lo que se denomina “conciencia plena”. Es probable que los
primeros homínidos no dedicaran mucho tiempo a la autorreflexión, pero
seguro que también prestaban atención a los detalles de su cuerpo
mientras perseguían y eran perseguidos. Para sobrevivir, necesitaban
estar atentos a la velocidad a la que corrían, al ritmo y a sus propias
fuerzas, al menos a un nivel muy básico. Tenían que escuchar a su
cuerpo.
Como hoy en día no estamos obligados, no
lo hacemos. No sólo es en el gimnasio donde nos ignoramos a nosotros
mismos y recurrimos a las distracciones externas. Incluso durante la
cena en casa estamos chateando con el móvil en lugar de interactuar con
las personas que nos rodean en la mesa. No sorprende, por tanto, que una cinta de correr nos resulte exasperante.
Muchos ya no somos conscientes de todo lo que sucede en nuestro
interior y resulta que ese mundo interior es un antídoto natural contra
el aburrimiento que nos asalta en la cinta de correr, aunque para
aprovecharnos de sus beneficios hemos de conectar con nosotros mismos.
La próxima vez que te subas a la cinta de correr, trata de ser
consciente de ti mismo. Presta atención a tu cuerpo. Siente tus pies con
cada paso que das. Evalúa si la postura de tus brazos te provoca tensión en los hombros o si tu respiración resulta demasiado ligera o demasiado profunda.
No te desanimes si al principio se te
hace pesado. La conciencia plena de tu propio cuerpo tiene grandes
beneficios para la salud que van más allá de la reducción del estrés:
permite descansar a tu sistema nervioso, al alejarlo del bombardeo de
luces y sonidos en el que hemos convertido nuestra vida diaria. Puede
que nunca llegues a disfrutar tanto en una cinta como un hámster en su rueda,
pero con el tiempo puedes quedarte cerca de lograrlo, incluso a pesar
de que tus sentidos te recuerden que los pies no te llevan a ninguna
parte.
- ¿Cuál es tu Entrenamiento Favorito en Cinta de Correr?
Éstas son algunas de las opiniones de los lectores de Runner’s World
acerca del ejercicio sobre la cinta. Hemos puesto a prueba vuestro
idilio con las cintas de correr y... parece que la cosa acaba en
divorcio. La mayoría encuentra el ejercicio al aire libre más divertido,
auténtico... En definitiva, estimulante. Mucho de motivación exterior
ha de haber, pero suponemos que –consciente o inconscientemente – hay
otros factores que también contribuyen a relegar al olvido a las cintas
de correr.
Será por el buen clima, por
desconfianza, por falta de costumbre, por economía o por falta de
espacio en los pisos (¡Cuánto daño han hecho los minipisos al deporte!),
pero lo cierto es que la mayoría de los lectores de Runner’s World
preferís quemar zapatillas al aire libre: “El 90% corro en asfalto; el
resto, en montaña”, nos cuenta Gerard Farré. Otros habéis hecho vuestros pinitos antes de cambiar de opinión, como José Pablo Salas: “Me encantaba la cinta... hasta que empecé a correr en carretera” o Alfonso López:
“Cuando descubrí aceras, tubos de escape, atascos... me dije: «Esto es
mejor que mirarse continuamente en el **** espejo del gym»”. También Alicia Carrascosa
lo tiene claro: “Prefiero el frío mañanero y su rocío, sentir el aire,
el olor a tierra mojada, los copos de nieve cayéndote encima... ¡Y los
caminos de los bosques esperando ser conquistados!”. El único motivo que
os lleva a algunos a rondar la cinta parece ser de fuerza mayor: “La
única vez que he corrido en una fue para una prueba de esfuerzo”, dice David Cordonie. El balance, en general, parece compartido; Jorge Jordán lo resume: “Aunque haga frío, calor, lluvia, nieve o aire la sensación de libertad que sentimos no nos la aporta la cinta”. Y Fabricio Sánchez
apostilla: “Calles, parques, dehesas... y el día se mueve. Cambia el
escenario con cada paso y las sensaciones que aporta son mucho más
divertidas”. Además de los escépticos, sois muchos los que sí seguís un
entrenamiento en interior, bien como complemento, bien porque no hay
otra alternativa. Aquí van algunos de ellos. Karen Alejandra Anderson: “Corro 10 km diarios programando diferentes ritmos y sin importar horarios ni clima”. David Bertomeu Baile:
“Te ayuda a mantener ritmos de competicion, si es lo que buscas. Yo
mantengo ritmos de 14 a 17 km/h en progresión durante una hora
aproximadamente. Después, en la práctica en exteriores y carreras se
aplican esos ritmos de la misma forma”. Viviana Velasques:
“Realizo series y me guío por la frecuencia cardíaca, pero nada
sustituye correr al aire libre. Las obligaciones a veces no lo permiten,
por lo cual ahora entreno en cinta”. Xisco Massanet: “Trabajo ritmos altos y constantes, que me costaría mantener por mí mismo fuera de la cinta”.
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