En las ocasiones que andamos descalzos sobre la arena o sobre algún cristal podemos observar la huella que dejamos en el suelo cuando pisamos.
Es curioso que no todos dejamos la misma huella porque no todos llegamos a apoyarnos en el suelo de la misma manera.
Al margen el tamaño y la forma del pie de cada uno, la forma de la huella acentúa más el apoyo de ciertas zonas del pie respecto al de otras huellas lo que define como tomamos contacto con el suelo.
El pie es el punto de apoyo del cuerpo humano cuando estamos de pie y está adaptado perfectamente para esta función. En este sentido tiene la responsabilidad de descargar en el suelo todo el peso del cuerpo y la de servir de punto de apoyo para hacer fuerza, es decir al andar, correr, mover objetos, etc.
En función de cómo el apoyo ejerce presión en el suelo, este devuelve la misma energía hacia el cuerpo, como decía Newton en su principio de acción y reacción, la cual asciende por el cuerpo hacia arriba y se absorbe y disipa gracias a la organización del esqueleto.
Si el pie altera su manera de pisar, cambia la manera en que carga su peso en el suelo y en la que el suelo devuelve esta misma energía porque la pisada normal establece unos caminos de ida y vuelta para repartir esta energía sin provocar repercusiones negativas en el cuerpo.
Pero si no pisamos adecuadamente estos esfuerzos no se reparten bien por el cuerpo, con lo habrá algunas zonas que asuman mucha tensión y otras muy poca, a lo que el cuerpo responde con cambios en nuestra postura y con compensaciones musculares que en algunos casos derivan en dolores musculares y problemas en las articulaciones (espalda, cadera, etc).
Por eso es muy importante revisar como realizamos nuestra pisada si tenemos algún tipo de problema de espalda, cadera, etc porque en algunos casos puede estar aquí la causa.
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